Cabañas y Hosterías

Hostería Senderos

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El Chaltén, la Capital Argentina del Trekking

 

El Chaltén (1)


Llega uno de esos días en que uno toma la decisión  de cortar las ataduras que nos retienen a los sitios acostumbrados, y libre de las presiones y deberes cotidianos encara la ruta respirando promesa de libertad que aumenta con cada kilómetro recorrido, aunque sea por unos días…
Y si de libertad se trata, nada mejor que caminar por sitios que los cóndores se dignan en compartir con nosotros.
Para eso, solo hay que apuntar la proa del vehículo al pequeño pueblo de El Chaltén, la capital nacional del trecking.
Llegando desde la ruta nacional 40, nos aproximamos al cerro Fitz Roy (bautizado Chaltén, en  la lengua de nuestros pueblos originarios, y que le presta su venerable nombre al poblado) y su corte de cumbres congénitas que se alzan como increíbles obeliscos de granito, agudos, verticales, con abismos de vértigo que han cobrado no pocas vidas de montañistas aventureros sumamente experimentados que sin embargo no pudieron con ellos…
Esta joven pero creciente aldea se expande a sus faldas rodeada de bosques nativos de verdes frondas estivales, que invitan a aventurarse en caminatas incansables entre las lengas, pisando la suave pastura, sorteando restos de morenas olvidadas por los glaciares en sus avances y retrocesos; sintiendo el silencio sólo interrumpido por el viento entre las copas, y los ocasionales llamados de los pájaros que se atreven a habitar este paraíso de clima riguroso perdido en los confines cordilleranos.
A nuestra llegada al poblado se abre un abanico de posibilidades de alojamiento desde lujosos hoteles, aparts, cabañas, hosteles, y campings para absolutamente todos los gustos.
Transitando por sus tranquilas calles se puede ver desde los pocos pero privilegiados pobladores que habitan El Chaltén, hasta la mezcla más variopinta de turistas que llegan desde los cuatro rincones del mundo a disfrutar de esta belleza que, paradójicamente, pocos argentinos conocen.
Mientras tanto, el cerro inmutable en el horizonte cordillerano espera a quien se atreva a llegar cuanto menos hasta su base… como yo lo intentaría más tarde…
*Contribución de Mario Faibiscob

El Chaltén (2)

Luego de un reparador descanso me despierto temprano impaciente por arrancar. La noche anterior densas nubes habían descargado lluvia robada al Pacífico, dándole un brillo especial a la mañana pueblerina. Sólo llegar a las puertas de la aldea, y se abre un amplio abanico de posibilidades de caminatas.
Desde las más breves a las más exigentes en resistencia y tenacidad, todas tienen varios denominadores comunes: belleza, bosque, montaña, glaciares, asombro, paz, respeto, ríos, emociones hasta las lágrimas, lagos, viento, cascadas…
Cargo mi mochila, eterna compañera, con alguna provisión de boca más el infaltable equipo de mate, y arranco en un sendero que inexorablemente me llevará casi hasta la base del Chaltén, la elevada “Laguna de los Tres”.
Es una caminata de las más extensas, de aproximadamente 13 kilómetros sólo de ida que nos lleva en ascenso permanente, ya por senderos bajo la fronda, o sorteando tumultuosos ríos de aguas prehistóricas nacidas de elevados hielos. Al atravesar algún prado ocasional, quizás tengamos la oportunidad de divisar uno o dos cóndores curiosos que nos observan ya acercándose o girando majestuosos llevados por los vaivenes de las térmicas.
En el camino, personajes con extravagantes prendas hi-tec me saludan por señas o en los más impensables idiomas; a los que entiendo, me alientan a continuar (debo tener aspecto de destruido) porque el esfuerzo vale la pena.
El último tramo es un empinado sendero de faldeo por una ladera de unos 500 metros de alto…, y allí están. Las gigantescas moles casi verticales del Chaltén (Fitz Roy), el Poincenot, el Saint Exupery, y la laguna a sus pies alimentada por el glaciar que retrocede. El paisaje (y el esfuerzo) quita el aliento y eriza la piel. Preparo mi “mate de cumbre” y saboreo cada gota hasta secar el termo, grabando cada instante en mi mente, aún a sabiendas que voy a volver.
*Contribución de Mario Faibiscob

 

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